Bueno, después de dos semanas prometiendo esta receta y sin poder ponerla, aquí os la dejo por fin: las rosquillas a mi estilo.
1. Receta.
¿Qué ingredientes necesitamos?
- 2 huevos.
- 50 ml. de leche.
- 100 g. de azúcar.
- 1 dl. de aceite.
- 300 g. de harina.
- 1 sobre de levadura en polvo.
- Harina y azúcar para espolvorear.
- Aceite para freír.
- Zumo de limón.
Con estos ingredientes sale una fuente con rosquillas suficientes para que desayunen cuatro o cinco personas que no sean muy tragonas.
¿Y cómo se hacen?
En un cuenco, se mezclan los huevos con la leche, el azúcar, el aceite, la harina y la levadura. Se añade el zumo de limón y se amasa muy bien.
Hay que tener mucho cuidado al añadir el zumo de limón. Se añade poco a poco, removiendo cada vez, para que se mezcle bien.
La masa tiene que quedar un poco pegajosa, pero no excesivamente. Se os tiene que pegar a los dedos pero estar compacta, que si la cogéis con el tenedor con el que la estéis mezclando, no se caiga, no esté nada líquida.
Truco: si os habéis pasado con el zumo y os ha quedado muy clara, tan sólo hay que añadirle más harina. El único problema es que, cuanta más harina tengan, más secas quedarán, menos esponjosas, así que no hay que pasarse…
Una vez que ya tenemos la masa en su punto, nos enharinamos las manos y vamos cogiendo pequeños puñados de masa y los convertimos en palitos de masa que luego enrollamos dejando como un minidonut, con la forma tradicional de la rosquilla. Sobre como cerrarlo, cada uno a su estilo. Hay quien prefiere pegar los dos extremos, quien prefiere anudarlos, quien los monta uno sobre otro…las rosquillas tradicionales son pegando los dos extremos. Hay que pegarlos muy bien para evitar que luego se abran al freír las rosquillas (aunque es inevitable que alguna se abra, no hay que obsesionarse con eso…).
Una vez montadas todas las rosquillas, se echa aceite abundante en la sartén, se pone el fuego medio y se van friendo, dándoles la vuelta para que se hagan por todos lados y con mucho cuidado de que no se quemen. La vuelta hay que darla con dos cucharas o tenedores, para evitar que se rompa la masa y se nos destrocen las rosquillas.
De la sartén se pasan a un papel absorbente de cocina para retirar el aceite sobrante. Una vez escurridas, se pone azúcar en un plato y se rebozan bien las rosquillas por todos los lados de manera que el azúcar se quede bien impregnado.
Y, en cuanto se enfríen, ¡ya están listas para comer! (conozco a gente que se las come cuando aún están calientes porque no puede esperar, pero eso da bastante dolor de barriga, así que no lo recomiendo).
2. Historia.
Existen muchas historias sobre la invención de las rosquillas. Una de ellas sostiene que un capitán de mar danés llamado Hanson Gregory, durante una tormenta particularmente violenta, necesitó ambas manos para manejar el timón del barco y empaló una torta frita sobre el timón.
Las primeras recetas aparecen en la Edad Media, aunque parece que el origen de la formula de la masa de las rosquillas se remonta a tiempos del imperio romano, donde se encontraban más de cincuenta hornos de pan en la capital, que tenían la obligación de hacer una cantidad de pan diaria según ordenanzas de César; sin embargo, una vez terminada su labor fija, podían elaborar otros productos aprovechando el calor del horno, entre ellos empanadas y rosquillas.
3. Variaciones.
Las rosquillas más conocidas son las tontas y listas, junto con las francesas y las de santa Clara, todas ellas típicas de Madrid y que se acostumbra consumir en el periodo que oscila entre el primero de mayo y el final de las fiestas de san Isidro.
Aunque todas están hechas a partir de la misma receta, cada una de ellas difiere en su acabado final: las rosquillas tontas no llevan nada, no van bañadas, de ahí su nombre, tontas, indicando la simpleza de su masa; las listas van bañadas con un azúcar fondant (elaborado con un sirope de azúcar, zumo de limón y huevo batido) del color que se le quiera dar (es habitual el amarillo); las de Santa Clara van recubiertas con un merengue seco, originalmente blanco; y las francesas se acaban rebozándolas en granillo de almendra (azúcar glasé y almendras partidas).
4. Curiosidades.
En algunas épocas en las celebraciones de San Isidro existía una vendedora llamada Tía Javiera que procedía unos dicen que de Fuenlabrada, otros que de Villarejo de Salvanés, afamada por sus rosquillas. Tal era su fama que pronto los tenderetes vendían sus rosquillas afirmando ser familiares de la Tia Javiera. Esto hizo que se creara un sainete antiguo que rezaba:
“Pronto no habrá, ¡Cachipé!
en Madrid duque ni hortera
que con la tía Javiera
emparentado no esté”.
Tradicionalmente, en la zona de Reinosa (Cantabria, España), se conservaban las rosquillas en invierno en recipientes enterrados en la nieve de las montañas. Este postre también es típico de Santillana del Mar.
En Galicia las rosquillas se consumen en todas las romerías y fiestas populares, siendo las elaboradas en Puenteareas de las más conocidas.
5. Conservación.
Las rosquillas se ponen duras con facilidad si no se dejan en un recipiente tapadas. Aguantan unos cinco días. Si están sólo duras, pero no tienen manchas (es decir, no se han enmohecido), se pueden seguir consumiendo, simplemente mojándolas en leche, café o cacao, a gusto del consumidor.
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